Como Colegio de Nutricionistas, vemos con preocupación los resultados que dejó el último Mapa Nutricional, entregado este fin de semana por la Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas (Junaeb). De acuerdo a esta herramienta, el 31% de las niñas y los niños chilenos tienen obesidad, mientras que en 2020 la cifra era de 25,4%.

La situación implica que actualmente, la obesidad está presente en uno de cada tres estudiantes, mientras que un 27% tiene sobrepeso y sólo el 34,4% tiene un peso normal. Por lo tanto, un 58% presenta algún grado de malnutrición por exceso.

No es posible ver estos datos como un resultado más, aún cuando responden a números no muy distintos a años anteriores. La curva de obesidad va incrementando, se presenta en edades mucho más tempranas, y va comprometiendo la salud de niños escolares y preescolares.

Las peores cifras están en los niños y las niñas de quinto básico (36,3%), sin embargo, en otros cursos la situación no es muy distinta. Además, nuevamente vemos que los estudiantes con mayores niveles de obesidad están en las regiones del centro-sur del país, en zonas rurales y en los quintiles más bajos.

El aumento de la obesidad infantil hoy es imparable. Y es posible decir que las políticas públicas de salud infantil han sido insuficientes ya que no han centrado sus acciones en niñas y niños. Creemos que no ha habido un esfuerzo por reunir de forma multiministerial acciones que abarquen todas las variables de la obesidad.

Los resultados territoriales nos entregan una visión del momento, pero no son comparables entre sí. Las condicionantes sociales de las distintas regiones y comunas nos demuestran que los factores socioeconómicos tienen fuertes efectos. En los sectores vulnerables no hay autonomía en la decisión del consumo de alimentos. Ésta está determinada por el poder de compra y la publicidad, mientras que se profundiza el sedentarismo por factores como la falta de áreas verdes, los agobiantes tiempos de traslado de cuidadores, la desigualdad educacional y la inseguridad en las calles, entre otros.

Por otra parte, el Mapa Nutricional señala que un 6% de los estudiantes presenta retraso en talla, siendo éste un indicador crónico de insuficiencia nutricional, que se incrementó en 2,6 puntos porcentuales desde 2009. Es decir, muchos niños y niñas se alimentan con exceso de energía pero con bajos nutrientes.

No podemos no alertarnos frente a estos datos. La obesidad disminuye en 10 años la esperanza de vida de las personas, llevándolas a una serie de enfermedades crónicas no transmisibles como problemas cardiovasculares, hipertensión y diabetes. En cuanto a salud mental, aumentan las tasas de depresión, de suicidio, a un desarrollo sexual adelantado y a un aumento de los trastornos de la conducta alimenticia (TCA).

Y a nivel país, por tanto, nos espera una población cada vez más enferma, con una fuerza de trabajo disminuida y con un fuerte impacto económico. Los recursos que se destinen a salud deberán hacer frente a estas enfermedades, y a edades cada vez más tempranas. Como profesionales de la nutrición debemos ser involucrados en la búsqueda de soluciones, debido a que nuestro rol principal es el de la prevención y promoción de hábitos alimenticios que nos permitan gozar de una buena salud. Hoy, como Estado, estamos llegando tarde y todo parece indicar que en poco tiempo la cantidad de niñas y niños con obesidad será mayor a la de aquellos con un peso normal.

Se requieren mejores esfuerzos, y tomar diversas acciones concretas, más allá de realizar anuncios. El trabajo interdisciplinario es clave y no puede dejar de lado a psicólogos, profesores de educación física, kinesiólogos y otros profesionales. Necesitamos que los planes gubernamentales enfrenten la desigualdad y fortalezcan el acceso a una alimentación saludable. No basta con fomentar su consumo, tenemos que garantizar su disponibilidad para aquellos que menos tienen, porque son, coincidentemente, quienes más sufrirán las consecuencias de este problema.

Directiva nacional del Colegio de Nutricionistas